De repente el último verano
Con el teatro me pasa como con la música en directo. Da igual lo que sea, me gusta. Creo que por la sensación casi mística que produce el asistir a la creación de arte desde la nada, desde el uso de lo más básico para el ser humano: el cuerpo.
De la interpretación de la obra en sí, poco puedo decir. No tengo el criterio suficiente aún para saber distinguir una buen montaje de uno malo, pero sí sé que resultó de una intensidad dramática altísima. Lo cual, supongo, es de lo que se trata.
Por cierto, la obra estuvo prohibida durante el franquismo, lo que, después de verla, resulta perfectamente comprensible, ya que trata alguno de esos temas que tan incómodos le resultan a algunas buenas gentes como la homosexualidad. Y más por cierto, parece ser que la historia de la protagonista de la obra, Catalina, tiene demasiado de evocación poética de la historia real de la hermana del autor.
Hasta el 11 de junio, en la sala Francisco Nieva del Teatro Valle-Inclán.